Vínculos Afectivos
Importante incluir en este componente el concepto de emoción, entendido como diferentes afectos, profundos y de corta duración, que se presentan sin previo aviso tras una vivencia agradable o desagradable, razón por la cual se acompañan de cambios visibles mediante el lenguaje corporal, como por ejemplo, el aumento del ritmo cardíaco, la sudoración, palidez o enrojecimiento, o bien en expresiones fáciles como el llanto, la risa, la rigidez en la mandíbula y el seño fruncido.
La emoción se encuentra caracterizada por una conmoción orgánica donde se encuentran presentes los sentidos y las ideas o recuerdos, por lo que la emoción viene acompañada de respuestas afectivas intensas, que sobrevienen bruscamente así como se hacen acompañar de respuestas neurovegetativas. De ahí que cuando el individuo recibe una noticia negativa o tiene un momento de intensa alegría, la respuesta emocional experimentada puede ser semejante entre sí, provocando reacciones fisiológicas como: sudoración, frío, respiración acelerada, palpitaciones, secreciones hormonales internas, incremento en la producción de adrenalina, respuestas fisiológicas que pueden ir acompañadas de sollozos y gritos y alteración del tono afectivo.
Es importante entonces, no dejar de lado la neurología de las emociones, en la cual, el hipotálamo que es una estructura subcortical del cerebro, se encarga de la regulación de la emoción, debido al conjunto de circuitos neuronales reguladores de las funciones vitales que varían junto con los estados emocionales: temperatura, frecuencia cardiaca, presión sanguínea, ingesta de agua y comida, de igual forma el hipotálamo controla el sistema endocrino.
Otro elemento que interviene en los estados emocionales es el sistema nervioso autónomo, el cual es responsable de la respuesta de sudoración, sequedad de la boca, malestar estomacal, aceleración de la respiración, incremento de la frecuencia cardíaca y tensión muscular, respuestas y ajustes autónomos que no se realizan de forma consciente por el individuo.
La emoción es un proceso psicológico adaptativo, que tiene la función de coordinar el resto de los procesos mentales, cargan de afecto la percepción, dirigen la atención, activan la memoria, movilizan cambios fisiológicos, motiva la planificación de acciones, e incluso, influye considerablemente en el proceso de toma de decisiones. Así, puede decirse que la emoción es un proceso desencadenado por la valoración cognitiva de una situación que produce una alteración en la activación del organismo.
Los sentimientos y las emociones son estados de ánimo experimentados en diferentes momentos, de ahí que en muchas ocasiones son empleados como sinónimos, sin embargo, el sentimiento es perdurable, estable y continuo, procedente de una interpretación específica, elaborada por cada individuo según la lectura de acontecimientos vitales, a la vez que se divide en dos categorías: agradables y desagradables. Mientras que la emoción responde más una situación puntual, momentánea, por lo que suele estar acompañada de expresión corporal, ya sea adecuada o inadecuada.
Los sentimientos son representaciones de cómo cada individuo se percibe y/o visualiza, de ahí que la compresión de los sentimientos conlleva el entendimiento de las propias reacciones ante el mundo exterior, razón por la cual facilita estar mejor consigo mismo, pues permite ser libre y tener apertura .
De este modo, para el control de los sentimientos se requieren valores creativos y vivenciales, que permitan la auto trascendencia, es decir, vivir para algo más que nosotros mismos.
Sin embargo, no se puede hablar de emociones y sentimientos sin considerar el pensamiento por medio del cual, se procesa cada evento o situación, para posteriormente ser valorado según la escala personal y así formar la emoción, que desemboca en una reacción corporal que puede ser interna como el aumento en el ritmo cardíaco, o visible como un movimiento muscular (Álvarez, 1992).
Es por ello que no son directamente los acontecimientos que afecta a una persona, sino la valoración que ese sujeto hace de lo sucedido; por lo que cada quien tiene la capacidad de perturbarse mediante sus propios pensamientos, lo que no quiere decir que no se pueden cambiar.
El pensamiento es la capacidad de inferir, relacionar, anticipar y razonar, sin embargo, el ser humano no siempre es consciente de los propios pensamientos aún cuando estos son imprescindibles para comprender y controlar la conducta. De ahí que el en el ser humano se represente mediante un triángulo, en el cual, se ubica el pensamiento, la emoción o sentimiento y la conducta, las cuales se convierten en manifestaciones interrelacionadas de la personalidad.
(Álvarez, 1992)
Figura 1. Triada entre pensamiento, emoción y conducta.
A su vez, se debe tomar en consideración que cada persona se encuentra inmersa en un entorno social, por lo que no responde automáticamente a los estímulos, sino que responde a las interpretaciones cognitivas que realiza del evento. Asimismo, las emociones y los sentimientos pueden estar influenciados por un diálogo interno que se produce en la mente cada persona, estos pensamientos pueden ser ajustados o no a la realidad, o bien distorsionados por exageraciones o falsos razonamientos, conformándose en pensamientos dolorosos y perturbadores, que se deben sacar a la luz para así reconocer los principales errores presentes en el diálogo interno y así alcanzar una vida emocional más plena y equilibrada (Álvarez, 1992).
Teniendo clara la relación entre el pensamiento, las emociones y/o sentimientos y la conducta, se hace relevante entender como éstos influyen en el componente vínculo afectivo de cada persona, para lo cual, primero se hace necesario entender el amor como una de las emociones humanas más intensas y deseadas, que puede abrumar a cualquiera y a cualquier edad, entendido como una experiencia emocionalmente cargada y positiva incapaz de analizarse, dado que se encuentra conformada por un sin número de elementos de experiencia subjetiva; o bien como un muestreo de lazos superpuestos conformado por sentimientos, pensamientos y deseos, es decir, vínculo, que se traduce en preocupación y deseo de estar con la persona amada, que experimentados simultáneamente dan como resultado la experiencia de amor.
El amor constituye el desarrollo de las relaciones de pareja y noviazgo. Así, el instinto por emparejarse conforma una de las principales fuerzas de la evolución personal y social, generando, a su paso, una serie de interrogantes referentes a la opción de tener pareja, o no; así como hacia la reproducción, trayendo consigo la búsqueda de sentido.
El amor planteando de esta forma, se encuentra constituido por tres componentes sobre los cuales, se desarrolla una relación de pareja: intimidad, compromiso y pasión (Sternberg, 1989).
La relación de pareja implica consolidación, estabilidad y compromiso, colocando su énfasis en el último, el cual plantea como el grado en que una persona se encuentra dispuesta a acoplarse a alguien y hacerse cargo de esa relación hasta el final, para lo que es vital distinguir entre el compromiso con una persona y el compromiso con la relación, dado que de ello depende en gran medida el éxito de la misma, siendo que en una relación duradera el incremento de este componente es gradual al principio y luego más rápido.
Bowlby, (1998, como se citó en Repetur, 2005) propone que el vínculo es el lazo afectivo que una persona forma entre sí mismo y otro, es la búsqueda para conseguir y mantener proximidad hacia el objeto de apego, por lo que va desde el contacto físico, hasta la interacción o comunicación mediante otras circunstancias. Por lo que el vínculo permanece aún cuando el apego no ha sido activado, es decir, una figura de apego puede separarse y el vínculo se mantiene. Para lo cual es necesario entender el apego como la disposición que tiene una persona desde las primeras etapas del desarrollo para buscar la proximidad y el contacto con otro sujeto.
Campbell (1991) plantea que para el establecimiento de una relación de pareja o noviazgo se deben enfrentar obstáculos, que se derivan de la personalidad y del proceso de socialización de cada persona. Se considera que la verdadera plenitud de una relación, es un viaje sin fin; pues continuamente se van abandonando lo viejo y abrazando lo nuevo, ampliando las fronteras del yo. Cada pareja tiene un viaje único; no obstante casi todo el mundo se ve enfrentado a ciertos obstáculos y lecciones.
Referencias
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Álvarez, R. (1992). Para salir del laberinto cómo pensamos, sentimos y actuamos. (2ª). España: Sal Térrea,
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Sternberg, R. (1989). El triangulo del amor. España: Paidos.
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Repetur, K. (noviembre-2005). Vínculo y desarrollo psicológico: La importancia de las relaciones tempranas. Revista digital universitaria. (6)11, 1-15.
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Campbell, S. (1991). La Intimidad de la Pareja. Idilio, lucha por el poder, estabilidad, compromiso y creación conjunta. España: Ediciones Deusto, S.A.