Autoestima
El concepto de autoestima es muy amplio debido a que está presente en todas las áreas de inserción en la vida del individuo. Para Mérzeville (2004), autoestima “es la percepción valorativa y confiada de sí mismo, que motiva a la persona a manejarse con autonomía y proyectarse satisfactoriamente en la vida” (p.19).
Por otra parte, podemos decir que es la suma de la confianza y el respeto por sí mismo. Refleja el juicio que cada uno hace acerca de su habilidad para enfrentar los desafíos de su vida (comprender y superar problemas), y acerca de su derecho de ser feliz (respetar y defender intereses y necesidades). Tener una adecuada autoestima es sentirse confiadamente apto para la vida, es decir, capaz y valioso.
Las anteriores definiciones se pueden sintetizar en que autoestima es la base de una identidad realizada. O sea la pregunta ¿Quién soy?. Es decir, una actitud en la cual, media la forma habitual en la que pensamos, sentimos y nos comportamos. Al tratarse del fruto de una larga serie de eventos que moldean la propia percepción hacia sí mismo, el autoestima es una actitud aprendida, reforzada o inhibida en función de la interrelación con experiencias significativas para el individuo y que ponen a prueba su percepción de auto eficacia, es decir, lo que soy capaz de hacer y la forma en la que evalúo mis habilidades en las interrelaciones sociales.
El autoestima a pesar de ser aprendida, dicho aprendizaje puede ser tanto intencional como no intencional, es decir puede haber consciencia y un objetivo claro por alcanzar dicha autoestima, permitiendo al individuo ejercer control en la guía y moldeamiento de sus conductas (intencional) o, por el contrario, el autoestima puede ser aprendido en función de las experiencias con los otros, dando paso a una pérdida de la propia regulación, centrando el bienestar personal en función de estímulos externos. En la intencional el locus de control es interno, en la no intencional el locus de control es externo. No obstante, ninguna de las dos se da de forma separada y pura en una persona, es decir, la autoestima se forma por la continua interrelación del individuo y su entorno. Por tanto, la autoestima tiene dos orígenes que se complementan:
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La propia observación de uno mismo con base a una serie de autoevaluaciones sucesivas y relacionadas con los logros alcanzados en relación con expectativas anteriores. Es decir, un criterio propio, relacionado con factores internos (ideas, creencias, prácticas o conductas).
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La asimilación e interiorización de la imagen que los demás tienen y proyectan de nosotros mismos, mediante la interacción social. Es decir, el criterio de los demás, basado en factores externos o del entorno (mensajes verbales y no verbales, experiencias de los padres, educadores, personas significativas y la cultura).
Por tanto, la autoestima estaría ligada a tres componentes básicos:
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Componente cognitivo. Se refiere a la auto percepción, ligado con la propia evaluación acerca del desempeño en situaciones cotidianas. La autoimagen es configurada en función de la asignación de valía que el sujeto efectúa sobre sí mismo, es decir, que pienso de mi.
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Componente afectivo. Con la respectiva valoración de lo positivo y negativo que hay en nosotros surgen emociones al respecto, como valoración, sentimiento, admiración, desprecio, afecto, gozo o dolor. Es decir, a mayor carga afectiva, mayor potencia de la autoestima (Alcántara, 2003).
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Componente conductual. Significa decisión e intensión de actuar y llevar a la práctica un comportamiento consecuente y coherente con lo que sentimos y pensamos. Con estas conductas se buscaría la autoafirmación dirigida hacia el propio yo y en busca de la consideración y el reconocimiento de los demás (Alcántara, 2003).
Referencias
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Mézerville. G. (2004). Ejes de salud mental: los procesos de autoestima, dar y recibir afecto y adaptación al estrés. México: Trillas
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Alcántara, J. (2003). Educar la Autoestima. Métodos, técnicas y actividades. Barcelona: Grupo Editorial CEAC.